Desde
siempre he sentido atracción por los mercados de abastos. Estos
recintos,casi de origen medieval y con reminiscencias de zocos
orientales, tienen su encanto. Tanto que me pregunto si los modernos
centros comerciales no ha copiado su idea. Un sólo inspector de sanidad y
consumo y un único veterinario supervisan los productos que en ellos se
expenden. Los residuos generados por todas esas pequeñas tiendas que lo
componen se concentran en un mismo punto, abaratando los costes y
simplificando la tarea de recogida. Los precios de los productos allí
vendidos son competitivos pues directamente vienen del mercado central
de cada ciudad sin pasar por más intermediarios
Los
puestos o tiendecillas que se establecían en ellos permitían que nos
avitualláramos de lo necesario para nuestro yantar -verduras, legumbres,
especias, carnes, charcutería y despojos, aves, pescados, pan y
bollería...-; nos ayudaba a reciclar nuestros objetos cotidianos, pues
los artesanos también tenían allí su espacio: zapatero, paraguero,
soldador, zurcidor... ¡cuantas cremalleras nuevas han logrado prolongar
la vida de pantalones, chaquetas y bolsos...!
Creo
que empecé a frecuentar estos pequeños pueblos desde mi infancia. En mi
etapa como colegial me seducía adentrarme en ese ambiente en el que los
sonidos, los olores, colores y formas se unían dando un ambiente
familiar. Todos se conocían y eso generaba confianza.
En
la época universitaria, tampoco me alejé de este ambiente. En mis años
jóvenes teníamos que administrarnos los estudiantes, pues la paga
semanal era escasa, y buscar las perrillas para los caprichos haciendo
algunos trabajillos - en mi caso, las clases particulares fueron una
buena fuente de ingresos-; los mercados también nos ayudaron a pasar
ratitos divertidos, alrededor de unas cervezas y tapas de buena calidad y
bajo precio....
Aun
hoy, tras hacer mi compra en el mercado, suelo tomar mi cervecita y mi
tapa en el bar del mercado; sigo comprobando la complicidad y
familiariedad de este mundo, donde la humanidad se respira...
He dicho que entono un Blue, una canción triste...
Lamento
que se quiera acaba con estos pequeños refugios de humanidad. Primero
fue el mercado de Entradores, después el de la Encarnación, el de San
Bernardo.... Te hablan de modernización pero de lo que se trata es de
encarecerlos, de quitarlos al pueblo para ofrecerlos a un turismo que es
un ave de paso y que busca "bonitos momentos" pero sólo una vez en su
vida en el mismo decorado.
Me
apena que en esos planes de modernización entre el Mercado de Las
Palmeritas, del que soy asidua. Si acaba siendo como el de la Boquería
de Barcelona, debe urgentemente aprobarse una ley que obligue a que los
políticos que lo visiten abonen sus consumisiones de su propio bolsillo.
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